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Historia

Terry Sawchuk o cómo los Maple Leafs ‘robaron’ a uno de los mejores porteros de la historia

Terry Sawchuk. Getty Images

El plan se urdió en Montreal el 10 de junio de 1964. Las temperaturas avisaban de una incipiente moderación, pero permanecían en ese nivel pese a querer elevarse por encima de sus posibilidades con la llegada del verano.

Nadie se quiso perder el festín del draft de intraliga de la NHL, celebrado hasta 1975 para contrarrestar el desnivel que arrastraba la liga desde la época de los Original Six. Entre aquellos presentes, la mente detrás del robo, el general manager de los Toronto Maple Leafs, George Imlach. Su estrategia desvió la órbita de la competición para siempre.

El draft de intraliga se celebró hasta 1975 para contrarestar el desnivel que arrastraba la liga desde la época de los Original Six

Las jornadas anteriores a la selección se desenvolvieron con la especulación habitual acerca de qué jugadores quedarían sin protección por los equipos. En el caso de los locales Montreal Canadiens, mostraban abiertamente su descontento con el rendimiento del meta Gump Worsley en su primer curso y estaban dispuestos a un cambio. Mientras, los Leafs daban pistas de que iban a sellar a los cancerberos Johnny Bowers y el joven Gerry Cheevers. No obstante, el plan se empezó a deslizar, pues Toronto quería un suplente para Bower y puso sus ojos en… Worsley.

Imlach activa el engranaje

El draft llegó y todo pareció seguir el ritmo que habían predicho los expertos. Los New York Rangers se hicieron con el delantero Jim Mikol desde los Boston Bruins para abrir la veda. Este primer movimiento generó una disputa fraternal entre Murray y Muzz Patrick, gerentes de Bruins y Rangers, respectivamente. Hasta ese momento, la promesa incumplida de Muzz de dejar pasar a Mikal estaba ya impresa en las primeras planas de los diarios del día siguiente. El farol de Imlach llegó con su esperada primera elección, cuando se decidió por el extremo Dickie Moore desde los Canadiens.

George ‘Punch’ Imlach, general manager de los Toronto Maple Leafs, en 1963. Getty Images

‘Punch’ Imlach movía los hilos desde arriba, ante el desconocimiento del resto. El director general de los Leafs hizo sitio a Moore al dar salida al delantero Gerry Ehman y calculó que sería escogido por los Rangers. Una vez completada esa primera vuelta de tuerca, utilizaría los 20.000 dólares de Ehman para adquirir a Worsley. El movimiento necesitaba de la salida de Cheevers, pero la mente de Imlach iba por delante. Sabía del interés de los Detroit Red Wings en un portero joven y aventuró su elección de George Gardner, de Boston, antes de liberar a Cheevers. Detroit rompió la cadena y no seleccionó a Gardner, pero la suerte, como en todo buen plan, estuvo también del lado de Imlach.

El efecto mariposa

La segunda ronda del draft empezó a unir las piezas en la cabeza del veterano general manager. Imlach decidió obviar a Worsley y mantener a Cheevers, para que los Red Wings mordieran su anzuelo en el tercer lote de selecciones, justo antes del último pick de Toronto. De nuevo, intuyó la elección de Gardner por parte de Detroit y la posterior liberación de un guardameta, que en su esquema no sería Roger Crozier, sino un ex All-Star y ganador de la Stanley Cup, Terry Sawchuk.

Terry Sawchuk, en un partido con los Maple Leafs en 1967. Getty Images

El escenario del truco de magia de Imlach fue la tercera ronda. Sid Abel, gerente de los Red Wings, asumió el riesgo que adivinó ‘Punch’ y escogió a Gardner para retirar a Sawchuk de su lista protegida. Abel no había terminado de pronunciar su decisión cuando un reluciente Imlach anunció que los Leafs elegían al próximo miembro del Salón de la Fama. La sorpresa corrió como la pólvora por la sala y los periodistas se apresuraron a modificar sus titulares mientras escribían boquiabiertos.

Esta es la historia de un ‘robo’, de cómo los Toronto Maple Leafs consiguieron que una leyenda viviente defendiera sus palos durante las siguientes tres campañas. Las historias del deporte ocurren en los terrenos de juego, pero a veces las grandes mentes se imponen a los físicos más fornidos. Entre luces tenues, humo de habanos, escritorios de caoba y con los pies sobre moqueta, George Imlach aseguró la meta de su equipo a corto plazo e incidió en la trayectoria de uno de los mejores cancerberos de la historia de la NHL. Con fortuna o no, sea como fuere, tres años más tarde Toronto levantó al cielo la Copa de 1967, su última hasta el día de hoy.

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