
En la vasta pléyade de entrenadores de leyenda del hockey sobre hielo, Glen Sather ocupa un espacio reservado. Conocido como el arquitecto de una de las dinastías más eléctricas en la historia de la National Hockey League (NHL), la etapa del canadiense detrás de los banquillos, particularmente con los Edmonton Oilers, ayudó a redefinir el deporte moderno.

Más que simplemente un técnico, Sather fue un visionario – alguien que empoderó a sus jugadores, anticipó la dirección del juego y creó una cultura marcada por la creatividad, el carisma y una competitividad incansable. El legado del head coach natural de Alberta no sólo se mide en campeonatos, sino también a través del enorme impacto que causó en la manera de construir plantillas ganadoras.
Bajo su batuta, los Oilers se transformaron en un gigante que mezclaba las marchas altas en ataque, un físico temible y una mentalidad inquebrantable
Sin embargo, la trayectoria táctica de Sather comenzó de forma modesta. Tras una carrera de trotamundos en la NHL y en la World Hockey Association (WHA), asumió las riendas de los Oilers en 1976, cuando todavía pertenecían a la WHA, bajo el entonces común cargo de jugador-entrenador. Apenas tres años después, Edmonton se unió a la NHL y el canadiense transitó completamente hacia el banquillo y hacia el puesto de director general. Se trataba de una época de transformación para la franquicia y Sather emergió rápidamente como su guía. Con ojo para el talento y el deseo de dejarle el liderazgo a las estrellas jóvenes, construyó un conjunto alrededor de un Wayne Gretzky adolescente, flanqueado por jugadores de primer nivel como Mark Messier, Jari Kurri, Paul Coffey y Grant Fuhr. El rápido ascenso de los Oilers culminó en cinco Stanley Cups entre 1984 y 1990 con Sather detrás del banquillo en cuatro de aquellos campeonatos; el quinto lo ganó como general manager.
Una revolución en ataque
Lo que convirtió a Glen Sather en tan efectivo no supuso únicamente su capacidad para gestionar a una galaxia de estrellas, sino la confianza que inculcaba en ellas. A diferencia de otros entrenadores más estrictos o autoritarios, el originario de High River creía en otorgar a sus pupilos espacio para respirar y expresar su imaginación. Sather creó un ambiente donde la innovación no sólo se aceptaba, sino que se esperaba. Bajo su batuta, los Oilers se transformaron en un gigante que mezclaba las marchas altas en ataque, un físico temible y una mentalidad inquebrantable. Incluso cuando el equipo perdió a Gretzky en 1988 – un terremoto en la historia del hockey – encontraron la manera de ganar la Copa en 1990, prueba de su profundidad y resiliencia.

Sobre el hielo, los equipos de Sather revolucionaron los esquemas establecidos. Los Oilers de los años 80 jugaban con una velocidad y fluidez rara vez vista anteriormente. En vez de exprimir victorias pírricas, sobrepasaban a sus oponentes con una constante presión ofensiva, transiciones rápidas y un ataque libre que utilizaba a los cinco patinadores. El sistema del canadiense priorizaba la posesión del puck, una toma de decisiones instantánea y la luz verde a defensas como Coffey para unirse a los contraataques. Aún así, sus conjuntos nunca fueron solo vistosos; también eran duros, seguros y capaces de imponer su físico cuando resultaba necesario. De distintas maneras, Sather dejó la firma en Edmonton de los mejores equipos de la NHL actual, que hacen hincapié en la velocidad, la habilidad y el movimiento sobre la estructura.
En el panteón de los inmortales
Más allá de las Copas, la herencia de Glen Sather se mide por las generaciones de técnicos y ejecutivos a las que influenció. La combinación de confianza y calma, de estructura y espontaneidad, resuena a lo largo del mundo del hockey. El natural de Alberta ayudó a convertir Edmonton en la meca de la excelencia deportiva y proporcionó a la liga una de sus épocas más emocionantes. Tras dejar la pizarra en 1989, Sather permaneció como una figura clave entre bastidores y eventualmente se mudó a Nueva York, donde pasó más de una década en la directiva. Aunque su éxito en la Gran Manzana resultó mixto, su impronta en el juego fue indeleble en los Oilers.

En el panteón de las grandes mentes del hockey, Sather se yergue no sólo como un ganador nato, sino como una figura pionera. Desde High River, su carrera como entrenador, aunque relativamente corta en años, subraya su influencia. El técnico dejó que el talento de sus jugadores se desatara, en vez de restringirlo, y la decisión le llevó a cambiar cómo se entrenaba y se veía el deporte; creyó en la grandeza y ayudó a otros a conseguirla. Por eso, el nombre de Glen Sather resonará siempre en los pabellones y en los vestuarios como un símbolo de liderazgo verdadero y colectivo.
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