Pocas figuras en la historia del hockey sobre hielo representan una excelencia sostenida como Hector ‘Toe’ Blake. El canadiense, conocido primero como un extremo aguerrido y habilidoso, se convirtió después en una de las mentes más afinadas detrás del banquillo.

Así, el nombre de Blake se asocia siempre a una de las principales edades doradas de los Montreal Canadiens. Entre 1955 y 1968, el natural de Ontario transformó una franquicia orgullosa en una dinastía sin miramientos y ganó la friolera de ocho Stanley Cups en trece temporadas. La etapa del técnico no se define solamente por su dominio, sino que también reformuló los estándares de la NHL y dejó un legado que todavía resuena ahora a través de los pasillos del Bell Centre.
El exitoso registro en la postemporada del natural de Ontario se mantuvo durante décadas como un testamento de su regularidad y mando
Antes de su legendaria carrera como entrenador, Blake ya era considerado un héroe en Montreal. El entonces jugador, natural del municipio de Victoria Mines, debutó con los Canadiens a mediados de los años 30 y se convirtió en parte de la afamada Punch Line junto a Elmer Lach y Maurice ‘Rocket’ Richard. El trío sembró el pánico en las defensas, empujó a Montreal a dos Copas y al propio Blake a alzarse con el trofeo Hart en 1939 como el jugador más valioso de la liga. La rotura de una pierna en 1948 acortó su trayectoria sobre el hielo, pero su profundo entendimiento del deporte y liderazgo natural hicieron inevitable su transición a head coach. Después de foguearse en las ligas menores, Blake recibió de nuevo la llamada de los Canadiens en 1955.
Un puente entre los jugadores y la dirección
Desde el momento en el que asumió las riendas, ‘Toe’ Blake impuso orden y dirección. La llegada del técnico coincidió con la latente volatilidad con motivo de la suspensión de ‘Rocket’ Richard y la consiguiente Richard Riot —la revuelta de Richard—, pero demostró ser el puente perfecto entre unos jugadores feroces y la directiva. La continua presencia de Blake y su énfasis en la disciplina permitió florecer a estrellas como el propio Richard, Jean Béliveau y Doug Harvey. Los resultados fueron inmediatos: cinco Stanley Cups consecutivas de 1956 a 1960, un registro incomparable hasta el momento. Más tarde, mientras la plantilla evolucionaba, el canadiense se adaptó sin esfuerzo, integró a nuevos ídolos como Yvan Cournoyer, Henri Richard y Gump Worsley y capturó tres campeonatos más antes de dejar el cargo en 1968.

Bajo la batuta de Blake, los Canadiens se transformaron en la franquicia modelo de la NHL. El entrenador cultivó una cultura donde la responsabilidad, el trabajo en equipo y la precisión eclipsaron al ego. Blake reclamaba esfuerzo en las tareas defensivas, incluso de sus atacantes estrella, aunque fomentaba la creatividad dentro de una estructura. Los equipos del canadiense jugaban con una agresividad controlada y hacían hincapié en el movimiento del puck o en una presión incansable. Mientras que otros conjuntos confiaban en la fuerza bruta o en la brillantez individual, Montreal vencía mediante su profundidad, inteligencia y capacidad de adaptación. Detrás del banquillo, la presencia calmada pero estricta de Blake le granjeó un respeto universal incluso de sus rivales. “Cuando ‘Toe’ hablaba, escuchabas”, afirmó Henri Richard.
La clave, en el entendimiento
La filosofía táctica de ‘Toe’ Blake reflejaba sus propias sensibilidades como jugador: inteligente, duro y altruista. El canadiense contemplaba el hockey como un deporte de hábitos e instaba a la perfección en los detalles pequeños —los cambios de línea o la comunicación. Los entrenamientos bajo su dirección eran vivos, deliberados y competitivos. El head coach valoraba la consistencia sobre los destellos y confiaba en sus pupilos en la ejecución del sistema. No obstante, Blake no destacaba por su rigidez, sino que sabía cuándo aflojar las riendas, cuándo motivar mediante el halago y cuándo realizar una corrección tranquila y precisa que quedaría en la mente de un jugador más allá de la crítica pública. En efecto, la principal habilidad del entrenador fue entender a la gente de la misma manera que comprendía el hockey.

Cuando Blake se retiró en 1968, su legado ya estaba grabado en la inmortalidad del deporte. Ocho Stanley Cups como entrenador y dos más como jugador lo colocan entre las leyendas más laureadas del hockey. Sin embargo, su influencia se extiende más allá de los banderines. El canadiense estableció el listón para el profesionalismo y la preparación que futuros técnicos compatriotas —de Scotty Bowman a Jacques Lemaire— heredaron y refinaron. El exitoso registro en la postemporada del natural de Ontario se mantuvo durante décadas como un testamento de su regularidad y mando. Incluso mientras el deporte evolucionaba, su huella permaneció: un juego en equipo disciplinado, humildad en el éxito y la creencia de que la grandeza se logra a través del esfuerzo colectivo. En el panteón de la historia del hockey, ‘Toe’ Blake representa no solo una figura ganadora, sino la encarnación de lo que significa construir una dinastía.
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